jueves, 12 de febrero de 2009

La insurreccion anarcosindicalista del 8 y 9 de diciembre de 1933 en las Tierras Beronas.

Días de vísperas revolucionarias en los que las armas salen a relucir. Como resultado de los registros domiciliarios efectuados en Cenicero, San Asensio y San Vicente de la Sonsierra, son decomisadas varias pistolas y diverso material para la fabricación de explosivos. En el último pueblo citado se escuchan varios disparos en medio del tumulto producido en la Casa Consistorial por el enfrentamiento de los grupos de obreros de distintas tendencias inscritos en las listas de parados. Estamos en lo últimos días del mes de noviembre y el alcalde de Haro pide con urgencia a la autoridad gubernativa el envío de una sección de guardias de asalto para que impidan que se celebre una manifestación no autorizada de obreros en paro, ante el temor de que se produzcan "disturbios públicos con el asalto a comercios u otros desmanes". Más preocupado aún por la situación social está el alcalde de Nájera, conocedor de que "algunos elementos de la Federación Anarquista Ibérica tramaban un complot para asesinarle". Según consta en el informe de la Guardia Civil, los individuos señalados habían pedido ayuda a los afiliados de los pueblos vecinos y al Sindicato Único de Logroño. Al parecer, desde la capital se les había contestado que "no era el momento oportuno para llevar a cabo su intento, que lo dejan por su cuenta para realizarlo en el momento que se inicie la Revolución Social".
Los impacientes no tienen que esperar mucho para que llegue el momento anhelado. La crisis del gobierno de Manuel Azaña provoca la disoución de las Cortes Constituyentes en los primeros días del mes de octubre y la convocatoria de elecciones generales para el 17 de noviembre. En La Rioja asistimos a un triunfo incontestable de la candidatura de las derechas no republicanas, integrada por Acción Riojana y el Partido Tradicionalista, que consiguen tres de los cuatro diputados en juego. Para la CNT, que había hecho una activa campaña en muchos pueblos de la provincia predicando la abstención, el ascenso de la derecha era un signo inequívoco del triunfo de la reacción. La amenaza del fascismo debía ser contestada por el pueblo con la proclamación en la calle del comunismo libertario. A la revolución ya no se le podían poner puertas ni diques. Era una cuestión de honor. El primer movimiento sería interpretado como una llamada general a la insurrección. La fecha, la madrugada del 9 de diciembre de 1933.


A mediodía la radio difunde una nota oficiosa del Gobierno Civil "para tranquilidad de los habitantes todos de la provincia". Según este comunicado, el "movimiento sedicioso de carácter sindicalista" producido en la capital y en algunos pueblos ha sido "absolutamente sofocado" a las pocas horas de haberse iniciado. La realidad de lo ocurrido es menos tranquilizadora. La sublevación ha tenido una extensión insospechada y en algunos lugares la gravedad de los sucesos hace que La Rioja sea destacada en la prensa nacional como uno de los principales focos de la insurrección. Así es considerada también por los propios anarquistas. Cuando en marzo de 1934 se levante la suspensión de Tierra y Libertad, dicha publicación dedicará el primero de sus suplementos a recordar y valorar la "derrota momentánea", el "forcejeo colectivo" del mes de diciembre anterior como "la etapa más sobresaliente de la Revolución española". En Cataluña no habían respondido como era de esperar ni los centros industriales ni el campo "cloroformizado", Andalucía tampoco había podido dar "el do de pecho" acostumbrado, en buen lugar quedaba Extremadura, un aprobado se concede a Galicia y una de las notas más destacadas obtiene el esntusiasmo de la lucha de Asturias. Mención aparte merecen Aragón y La Rioja por haber mantenido "enhiesta la enseña confederal". En su suelo había quedado a salvo "el honor proletario" y la amplitud que había tomado la insurrección en las dos "regiones hermanas" permitía "esperanzar un después halagador".
Como veremos, el futuro no será muy halagüeño, máxime teniendo en cuentra los varios centenares de hombres detenidos en los sucesos que el 9 de diciembre despertaron conmocionados a los habitantes de bastantes municipios riojanos. Noche de alarma la vivida en Logroño debida al intenso y constante tiroteo que lleva, según el relato de La Rioja "el terror al vecindario recluido en sus domicilios". De acuerdo con las conclusiones del Tribunal de Urgencia formado en la Audiencia Provincial de Logroño, resulta probado que en la noche del 8 de diciembre numerosos afiliados de la Federación de Sindicatos Únicos de La Rioja se reunieron en el domicilio social para puntualizar la forma de realizar el movimiento revolucionario. Después del reparto de armas y explosivos se lanzaron a la calle "con la finalidad de hacer la revolución social y proclamar el comunismo libertario en actitud tumultuaria y agresiva dividiéndose en grupos según táctica predeterminada. Uno de los grupos intenta apoderarse del Gobierno Civil, entablando un prolongado tiroteo con los guardias de vigilancia y seguridad que lo custodiaban. Otro segundo grupo se encamina hacia el cuartel de la Guardia Civil con el propósito de asaltarlo, y un tercero recorre varias calles céntricas y las inmediaciones de la fábrica de tabacos intercambiando disparos con los guardias de asalto, atrayendo a parte de la fuerza pública hacia la plaza de la Imprenta, donde son recibidos con disparos de armas cortas y largas y bombas de mano desde los tejados del Teatro Moderno y los edificios colindantes. Hacia las cinco de la madrugada cesa la refriega y renace una aparente tranquilidad. En las horas siguientes los cacheos y registros dan como resultado una cincuentena de detenidos. Fruto de la refriega, han fallecido un guardia de asalto y dos de los revoltosos y quedan heridos otros cinco agentes y varios de los procesados.


El movimiento revolucionario se contagia también a otras cabeceras comarcales, y Haro no podía ser una excepción. El alcalde, en previsión de incidentes, recorre las calles de la ciudad en compañía de los serenos y varios guardias civiles realizando cacheos entre los elementos sospechosos que deambulan en pequeños grupos. Hacia las dos de lamañana se produce un tiroteo en la plaza de la República, del cual resulta herido de gravedad el capitán al mando de la fuerza pública. Desde la Casa Consistorial se llama al cuartel de la Guardia Civil pidiendo ayuda, pero los guardias restantes no pueden salir. El edificio está rodeado y es atacado con un intenso fuego de armas cortas y largas y con bombas de mano. Ante la defensa cerrada de los sitiados en la casa-cuartel y en el Ayuntamiento y tras el infructuoso intento de desarme de los serenos, los sediciosos desisten de sus propósitos y huyen amparados por las últimas sombras de la noche. Cuando llegan refuerszos de los puestos cercanos de la Guardia Civil y un capitán de asalto con cuarenta individuos procedentes de Vitoria, no encuentran a nadie por la calle. Aunque son detenidos treinta y dos sospechosos, sólo uno puede ser procesado y al cabo quedará absuelto por falta de pruebas.
Pero suerte corren los 34 detenidos en Calahorra, condenados a diferentes penas por su implicación en el asalto de la Casa Consistorial de la ciudad la noche de autos. Según el informe del fiscal un numeroso grupo de unos cientro cincuenta individuos, afiliados y simpatizantes de la CNT, siguiendo instrucciones recibidas desde fuera se habían lanzado a un "movimiento revolucionario para conseguir la desaparición de determinadas leyes que conceptuaban tiránicas". A la una y media de la madrugada en el cuartel de la Guardia Civil se había recibido un aviso telegráfico del Ayuntamiento, defendido por los serenos y agentes municipales, "diciendo que les era imposible aguantar en el mismo el fuego que se les hacía". La salida del capitán con la fuerza a su mando libera a los sitiados y pone en fuga a los revolucionarios después de un prolongado intercambio de disparon que deja tres heridos en la calle.


Menos violentos resultan los episodios vividos en otros municipios como Alfaro y Arnedo. En la primera localidad el celo demostrado por la autoridad y las precauciones adoptadas evitan cualquier enfrentamiento. Los rumores del asalto de los "elementos extremistas" al Ayuntamiento y a otros edificios públicos no llegan a concretarse. Los cacheos y registros ordenados logran la detención y el desarme de 18 individuos, abortando los planes de la reunión clandestina celebrada unas horas antes, y tampoco tienen éxito los instigadores que se habían dirigido al cercano pueblo de Aldeanueva de Ebro con objeto "de inducir a los obreros de este pueblo a actos sediciosos". En Arnedo, en cambio, los revolucionarios encuentran el camino más fácil. Cortadas las líneas telegráficas y telefónicas con el exterior, sobre las cuatro y media de la madrugada una treintena de hombres salen del domicilio de la CNT emprendiendo una manifestación por las calles hasta llegar frente a la fachada del Ayuntamiento, donde pretendían colocar una bandera roja y negra "como señal de haberse proclamado el comunismo libertario en toda España". Ante la resistencia de los serenos municipales, los sediciosos se dirigen a casa del alcalde, conminándole a la entrega de las llaves del Consistorio, petición a la que aquél accede ante la amenaza de utilizar la violencia y con la promesa de no causar ningún daño al edificio. Así ocurre. La enseña anarquista ondea en el exterior, mientras que el grupo insurgente permanece en el interior en actitud pasiva durante unas cuatro horas hasta que deciden abandonar el local.
Dentro todavía de La Rioja Baja el movimiento revolucionario obtiene algún eco en Préjano. A las cinco de la tarde del día 9, ante las noticias llegadas al pueblo de la implantación del comunismo libertario en muchos puntos de España, los obreros asociados, pertenecientes a la UGT, organizan una manifestación pública de apoyo. Unos cien individuos armados de escopetas y picos recorren las calles dando vivas al comunismo y ondeando una bandera negra y roja que llegan a colocar en el Ayuntamiento, después de conseguir que el alcalde les entregue las llaves. No muy lejos, en Rincón de Soto, una docena de "simpatizantes del extremismo", ayudados por algunos individuos llegados de Aldeanueva de Ebro, intentan sin éxito asaltar el Ayuntamiento y declarar el comunismo libertario, desistiendo de sus intenciones al no conseguir "soliviantar el ánimo" de los vecinos del pueblo. En el resto de la región hay que añadir la proclamación de huelga general en Viguera, con 17 detenidos acusados de derribar postes de telégrafos, intimidar a los dueños de establecimientos comerciales para que cerrasen sus puertas y coaccinar a los trabajadores que pretendían salir del pueblo. Además hay que contar los enfrentamientos y disparos de individuos aislados y los cortes de comunicaciones que tienen lugar en otros puntos como Santo Domingo de La Calzada, Rincón de Soto, Herramélluri, Ezcaray, Quel y Agoncillo.


Pero si lo ocurrido durante la insurrección anarcosindicalista en nuestra provincia logra repercusión en toda España, lo hace gracias a la gravedad de los sucesos que tienen lugar en las calles de los pueblos riojalteños de Cenicero, Fuenmayor, Ábalos, San Asensio, Briones, San Vicente de la Sonsierra y el cercano pueblo alavés de Labastida. En Cenicero la vigilancia de la Guardia Civil aborta el plan de los revolucionarios cuando en las últimas horas del día 8 sorprende a los principales instigadores reunidos en una cueva mientras estaban realizando el reparto de armas y municiones y ultimaban la forma en la que había que actuar para implantar el comunismo libertario. Se entabla un fuerte tiroteo entre los guardias y los sindicalistas sorprendidos que se repite por las calles adyacentes en las horas que siguen. El sargento resulta herido y los subordinados que le acompañan lo recogen y se retiran al cuartel. Las comunicaciones quedan cortadas y durante la mañana del día siguiente se ven de nuevo grupos armados en distintos puntos de la población. Los sediciosos se dispersan con rapidez cuando a las cuatro de la tarde llegan desde Logroño fuerzas de la Guardia de Asalto, que toman el pueblo y comienzan las detenciones de los principales sospechosos, cincuenta y seis de los cuales serán procesados por su participación en los hechos.
Aún mayor es el número de encausados en Fuenmayor, hasta alcanzar un total de 73 vecinos. Aquí el plan a seguir por los insurrectos se gesta en la caseta de una huerta después de que un forastero lleve la orden para el alzamiento. Sobre la una de la madrugada un grupo numeroso detiene y desarma a los vigilantes nocturnos y se aposta en los aledaños del cuartel de la Guardia Civil, enviando a sus moradores una nota en la que se les conmina a la rendición y entrega de armas. Un segundo grupo se dirige al Ayuntamiento, despierta al alguacil y, con amenazas, consigue que se les abra la puerta de entrada, apoderándose de las armas que allí había. Por último, otro grupo no menos nutrido sale a las afueras del pueblo para impedir la llegada de refuerzos, corta las líneas del telégrafo y el teléfono y pone varias bombas en la vía férrea que no llegarán a explotar. Hacia las ocho y media de la mañana tiene lugar un enfrentamiento en la carretera de Logroño con la fuerza pública, que llegaba en auxilio de los sitiados y se ve obligada a retroceder. Dentro del pueblo, el ruido lejano de los disparos provoca el inicio del tiroteo contra el cuartel, sin conseguir la rendición de los guardias. Uno de ellos resulta herido de cierta consideración y también recibe un balazo el juez municipal. Mientras tanto, son requisadas las armas de las casas particulares y se pregona por las calles un bando en el que se proclama el comunismo libertario, advirtiendo que "serán, a palabra de hombres, respetadas todas las vidas desde el momento en que se sometan al nuevo régimen". No va a durar mucho. A primera hora de la tarde vuelven los guardias rechazados con refuerzos y varias ametralladoras que callan todo intento de resistencia.


Para entonces en Ábalos ha renacido la calma. A las cuatro de la mañana un grupo de vecinos, "en la creencia de que se había implantado en toda España el comunismo libertario", salen a la calle, cortan unos árboles para interrumpir el tráfico, realizan disparos hacia varias casas, requisan las armas de algunos particulares y se dirigen al Ayuntamiento, desde cuyo balcón arrojan todos los documentos y libros que encuentran. La última acción del grupo de revolucionarios consiste en apoderarse de cinco corderos pertenecientes al marqués de Legarda para preparar una comida. Cuando a las siete de la tarde llega al pueblo un teniente de la Guardia Civil acompañado de veinte números de la Comandancia de Vitoria no encuentra nada anormal en las calles. Los revoltosos han huido al campo o se han refugiado en algunas casas, esperando la llegada de fuerzas del orden. A pesar de la escasa importancia de lo sucedido, 14 de ellos comparecerán ante lo tribunales acusados del delito de sedición.
En San Asensio son juzgados por el Tribunal de Urgencia 38 vecinos y otros 7 lo harán ante un consejo de guerra para responder de la muerte de dos guardias civiles y las heridas recibidas por otros dos. Los hechos se desarrollan siguiendo pasos ya descritos en otros lugares. Al anochecer del día 8 la mayoría de los implicados se reúnen para planear los detalles del movimiento en una cueva donde guardaban armas, municiones y bombas. Una vez constituido el comité revolucionario, cortadas las comunicaciones y bien pertrechados los revoltosos, un grupo quedao apostado en las inmediaciones del cuartel, mientras otro detiene al alcalde e invade el Ayuntamiento, quemando en la plaza toda la documentación oficial que contenía el archivo municipal. También el fuego alcanza la iglesia de la Asunción, prácticamente destruida por las llamas. Los guardias del puesto reciben varias descargas en una frustrada salida en dirección a la estación de ferrocarril y quedan atrincherados en la casa-cuartel, resistiendo el asedio mientras esperan auxilio. Hasta que éste llegue, los insurrectos tiene tiempo durante unas horas de poner en práctica el comunismo libertario: cuando se hace de día, se avisa a la población e un bando que se iba a proceder a la recogida de todas las armas y al reparto de bienes y alimentos, y así se hace con el botín obtenido del asalto a la sede del Sindicato Agrícola Católico y con los productos requisados en varias panaderías, en el estanco y en otros comercios. Todo lo entregado es devuelto cuando, al acabar el día, el pueblo es tomado por dos patrullas de guardias, desplegados en guerrilla y apoyados por ametralladoras, que invaden el pueblo por varios puntos y consiguen restablecer el orden después de un prolongado tiroteo que desbanda a los revolucionarios.


Después de la toma de San Asensio, alrededor de las nueve de la nocche del día 9 fuerzas de la Guardia Civil y de la Guardia de Asalto, junto con tropas del Ejército, se disponen a entrar en la cercana localidad de Briones., donde todavía los insurrectos eran dueños del pueblo. En la noche del día anterior, advertido el alcalde de la presencia de grupo de sindicalistas en actitud poco tranquilizadora, ordenó a los tres guardias civiles del puesto que practicasen cacheos a los que se encontrasen en establecimientos públicos y a los que transitaban por las calles. En una de las salidas los guardias son repelidos por los disparos de un grupo armado que hiere a uno de ellos y los obliga a refugiarse en el Ayuntamiento. A las tres de la mañana se escuchan explosiones y disparos en distintos puntos del pueblo y comienza el asedio a la Casa Consistorial. Con las primeras luces del días los asaltantes exigen la rendición de los sitiados, declarando, en caso contrario, su intención de atacar el edificio con bombas y poner en primera fila a las mujeres y los hijos de los guardias civiles que previamente habían sacado del cuartel. Ante esta amenaza, el alcalde y sus acompañantes se entregan y los revoltosos procedena a apoderarse del armamento que encuentran y queman toda la documentación del archivo y la del juzgado municipal, además de la que hallan en la oficina de recaudación. Colocada la bandera roja y negra en el balcón del Ayuntamiento y publicado un bando que proclama el comunismo libertario, los revolucionarios recorren las casas para requisar todas las armas y recogen alimentos en tahonas y comercios que luego reparten en raciones a los vecinos que acuden al salón del baile. Mientras unos se dedican a las tareas administrativas, otros se aprestan a la defensa del pueblo. Interrumpidas las comunicaciones telegráficas y telefónicas, troncos cortados obstruyen el paso por la carretera y unos raíles levantados producen el descarrilamiento de un tren de mercancías. Durante el resto del día varias patrullas de la Guardia Civil que se acercan son rechazadas, hasta la llegada por la noche de los refuerzos ya citados. Después de una demostración de fuerza, las tropas consiguen entrar en el pueblo, tropezando sólo con algunas resistencias aisladas que se repiten al realizar los registros y detenciones que llevarán a más de sesenta vecinos antes los tribunales.


Sofocado el movimiento revolucionario en Briones, el último reducto por reconquistar es San Vicente de la Sonsierra, donde todavía ondea la bandera anarquista a las diez de la mañana del domingo día 10. El pueblo había sido tomado por los rebeldes en las primeras horas de la madrugada del día 9, siguiendo el plan preconcebido que ya conocemos. Después de recibir instrucciones, los principales promotores, reunidos en una bodega, forman el comité revolucionario y reparten los objetivos entre varios grupos. Así, se apoderan del Ayuntamiento y del Juzgado Municipal, incendiando en la calle toda su documentación, prenden fuego también a la ermita de los Remedios, cortan todas las comunicaciones con el exterior y, una vez declarado el "comunismo libertario libre", proceden al reparto de bonos y vales para el suministro de víveres. Los cinco guardias del puesto, después de defender el cuartel durante unas horas y ante el rumor de que iba a ser rociado con gasolina e incendiado, huyen por la parte trasera junto con sus familias. Para restablecer el orden, después de varios intentos infructuosos, hay que esperar al impresionante despliegue militar de la mañana del domingo, relatado con tonos impresionistas por un enviado especial de El Debate que acompaña al convoy de tropas:

"¡Nada más parecido a un convoy de guerra colonial! Entristece el alma que viajemos por tierras de España como por país insumiso al que se quiere conquistar. Los guardias llevan montados en las ventanillas sus fusiles, cuyos cañones salen hacua fuera, como queriendo descubrir al enemigo. Los guardias otean sin reposo todo el horizonte. Así bordeamos el Ebro. El río hispano no parece hoy hispano. Un paso difícil. Un alvéolo del Ebro abrazado por colinas, riscos, que ayer fueron parapetos para impedir el paso de una locomotora, que fue preciso hacer retroceder [...] Para colmo de perplejidades, y para mayor sensación de guerra -¡de guerra entre hermanos!- descubrimos en el cielo ceniciento la silueta de varios aviones. Contamos cuatro que vuelan y revuelan sobre el mismo punto [...] Frente a nosotros se alza, a la otra orilla del río, otro pueblo aún rebelde, San Vicente de la Sonsierra, levantado pintorescamente en una roca que domina el valle del Ebro. En el aire amenazan aviones; por las cuestas empinadas de la colina evoluciona la Caballería con las ametralladoras. Tenemos la dolorosa impresión de ser corresponsales de guerra en nuestra propia tierra, en nuestra propia provincia. En todas las ventanas y balcones del pueblo comienzan a aparecer manchas blancas. San Vicente de la Sonsierra se rinde y los jinetes de Vitoria toman el último reducto de la resistencia a las diez de la mañana del domingo, treinta horas después de comenzar el alzamiento."


El texto pertenece al capítulo La hora de la revolución social (1933) del libro Echarse a la calle. Amotinados, huelguistas y revolucionarios (La Rioja, 1890-1936) escrito por Carlos Gil Andrés. Prensas Universitarias de Zaragoza 2000.
Una narración más detallada y atractiva sobre la insurrección en los pueblos de La Rioja Alta se puede encontrar en el libro Lejos del frente. La guerra civil en La Rioja Alta. escrito también por Carlos Gil Andrés. Editorial Crítica S.L. 2006.


"Queda abolida la propiedad privada y toda la riqueza [queda] a disposición de la colectividad. Las fábricas, talleres y todos los medios de producción serán tomados por los proletarios organizados y puestos bajo control y administración del comité de fábrica y obra [...] En el campo, las tierras y todo cuanto constituye la riqueza del pueblo ha de ser puesto a disposición del municipio libre. Los trabajadores Que han venido habitando viviendas inmundas deben ocupar las viviendas de las clases ricas y los edificios que reúnan buenas condiciones de habitabilidad. Las tiendas y almacenes deben pasar al control de los comités de barriada, que se encargarán de la distribución de los productos y garantizarán el abastecimiento de la población. Los bancos quedan bajo la guardia del comité revolucionario, que velarán porque las riquezas sean puestas a disposición del pueblo productor. Queda suprimido el uso de la moneda, así como el ejercicio del comercio [...] A los cuadros de defensa compete la defensa armada de la revolución".

Manifiesto del 8 de diciembre de 1933 del Comité Revolucionario instalado en Zaragoza. Recogido del libro de Miguel Amorós La revolución traicionada. La verdadera historia de Balius y Los Amigos de Durruti. Virus editorial 2003.

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