jueves, 10 de abril de 2008

Octubre Asturiano UHP

"Nadie os ordenó ir a la revolución: la consigna era ir a la huelga"
Saborit, a los obreros de la cárcel de Oviedo

"Los socialistas asturianos no son como los demás socialistas"
Durruti, en la cárcel Modelo de Valencia.


La insurrección obrera de Asturias de 1934 fue el prólogo de la guerra civil de 1936. Anteriormente se habían producido otras, pero la de Asturias es la primera que presupone la unidad de los proletarios y resuelve la cuestión en el combate. El problema de la unidad era fundamental para la clase obrera española y su solución parecía imposible, debido a la diferente actitud que sus organizaciones -la CNT y la UGT- mantenían con respecto a la República. Si los anarcosindicalistas se desengañaron pronto del régimen burocrático burgués, los socialistas en cambio pretendieron aprovecharse del mismo para eliminarles sindicalmente. En efecto, los socialistas promovieron una batería de leyes que consagraban la mediación estatal en los conflictos laborales, trababan el recurso a la huelga general y dejaban al margen de la ley a los cenetistas. En el parlamento votaron por las deportaciones a los huelguistas y sus gobernadores civiles metieron presos a multitud de obreros libertarios, clausurando las sedes de sus sindicatos "Únicos". La irritación de estos con la República fue tal que en tres ocasiones promovieron movimientos insurreccionales en su contra, cuyos malos resultados acarrearon la escisión del sector moderado o "treintista". La profunda división en la clase obrera entre reformistas y revolucionarios parecía que nunca iba a resolverse cuando el 19 de noviembre de 1933 los socialistas perdieron las elecciones y fueron barridos de los ministerios, hecho que determinó un cambio de postura. El triunfo de los republicanos demagogos con el apoyo de la derecha fascista indicaba claramente que la dirección de la burguesía pasaba a los sectores caciquiles y clericales. Para la CNT había quedado claro la imposibilidad de hacer la Revolución en solitario y para la UGT, que no cabía esperar una reforma significativa en el marco del parlamentarismo burgués. La izquierda socialista que se apoyaba en la sindical y en las Juventudes Socialistas proclamó que el PSOE debía prepararse para tomar el poder y forzó la ruptura de la coalición con los republicanos. Entonces comenzó a hablarse de la Alianza Obrera, pero solamente las minorías comunistas disidentes y los sindicatos escindidos de la CNT se entusiasmaron con la idea. Es comprensible, el papel de bisagra era lo único que les podía dar juego. La CNT emplazó a la UGT a manifestar públicamente sus intenciones revolucionarias pero aquella no contestó. El resultado fue que pese a la constitución de diversos Comités de Alianza Obrera, la unidad real no se produjo. La UGT jamás los promovió y dentro siempre se mantuvo pasiva. La CNT se abstuvo de entrar, con la excepción de la Regional asturiana, que ya había planteado la cuestión de la Alianza en un pleno confederal. Pero la posición pro Alianza de la Regional de Asturias no era unánime y ni siquiera mayoritaria, como se encargó el delegado de La Felguera de demostrar en el Pleno de Regionales del 23 de junio, sino que más bien reflejaba la posición del Comité Regional y de la Federación Local de Gijón. En el Pleno Regional de septiembre los cenetistas consecuentes impugnaron la Alianza por incorporar partidos políticos, idea contraria a la táctica anarcosindicalista, y por creerla una maniobra que no conducía a la Revolución Social sino al golpe de Estado. La influencia del secretario regional, José María Martínez, inclinó la balanza hacia el pactismo. Así, mientras los anarcosindicalistas del resto del Estado se pronunciaban por una alianza revolucionaria "en la calle", los asturianos firmaban con sus paisanos socialistas un pacto de alianza al que también se incorporaron las facciones comunistas. La Alianza Obrera había dejado pasar su momento cuando en junio de 1934 tuvo lugar la huelga general de campesinos. Los socialistas dejaron que el proletariado agrícola se estrellara contra el Estado sin promover ningún acto insurreccional en la ciudades, quedando incapacitado para intervenir en luchas posteriores. La indecisión del Gobierno mostrada en la represión de la huelga campesina indujo a la derecha agraria y católica a retirarle el apoyo. Entonces se desencadenó la serie de sucesos que condujeron a la Revolución de Octubre.


Si las derechas cavernícolas ocupaban carteras en el nuevo Gobierno republicano significaba que el capitalismo español se inclinaba definitivamente por la vía autoritaria. El triunfo de la reacción sería completo. La alternativa que venían planteando los anarquistas desde 1931, "Fascismo o Revolución Social", se revelaba más verdad que nunca. El proletariado no podía ponerse en pie más que sobre una base y con una única bandera: la destrucción del sistema capitalista y la supresión del Estado como organismo burgués de regulación de la convivencia social. Efectivamente el día 4 de octubre de 1934, el encargado de forma gobierno, Lerroux, anunció la presencia de tres ministros de la CEDA ocupando las carteras de Trabajo, Justicia y Agricultura. Los socialistas -no la Alianza Obrera- impartieron la orden de huelga general con el propósito de impedir la consolidación del nuevo gobierno y provocar elecciones. No sólo no esperaron a que la CNT tratase la cuestión de la Alianza como tenía previsto, sino que la dejaron al margen; es más, en Cataluña, donde el objetivo se limitaba a la implantación de una república burguesa independiente, la CNT fue perseguida por la Generalitat para impedir que se sumase al movimiento. Sin la CNT éste se desfondó en muy poco tiempo. Allá donde más fuertes eran los socialistas caballeristas, en Madrid, el movimiento fracasó a las primeras de cambio. Sin embargo, en Asturias, pese a las consignas contrarias, la huelga general derivó casi inimediatamente en insurrección revolucionaria.


El día 5, en numerosos pueblos de la cuenca minera los obreros se procuraron armas, asaltaron los cuarteles de la guardia civil y se enfrentaron a la guardia de asalto de Oviedo. En Mieres, en Trubia, Sama, Ciaño, Siero, Quirós, Cabañaquinta, Turón, Riosa, Proaza, Morcín, Figaredo, Laviana, Pola de Lena, etc., después de librar fieros combates y poner a buen recaudo a los prisioneros, se constituyeron Comités Revolucionarios con el objeto de normalizar la vida ciudadana y enviar grupos armados a combatir a Oviedo. Los de Mieres libraron un combate victorioso contra las tropas del Gobierno cerca de Olloniego. A los anarquistas de La Felguera, opuestos a la Alianza, nadie les pasó la orden, pero una confidencia personal les puso sobre aviso y salieron a la calle como todos, asaltando el cuartel de la guardia civil y partiendo a pelear en Campomanes y El Berrón. Su santo y seña era "FAI". En Gijón, centro del anarcosindicalismo asturiano, los obreros no se decidían al levantamiento por carencia absoluta de armas. Lo mismo pasaba en Avilés. El secretario regional de la CNT, José María Martínez, fue varias veces a Oviedo desesperadamente en busca de armas que no pudo conseguir. Oviedo, donde estaba el Comité Provincial, la máxima autoridad revolucionaria, absorbía todas las fuerzas y recursos, no permitiendo desviar nada hacia otra parte, cosa que debía resultar fatal pues impidió la conquista de puntos estratégicos como Llanera y el puerto de Musel, y acarreó la pérdida temprana de importante plazas como Gijón y Avilés.
El día 6 los mineros se apoderaron de la fábrica de dinamita de La Manjoya y entraron en Oviedo. También cayó la fábrica de armas de Trubia, proporcionando a los insurrectos cañones, aunque con proyectiles sin espoleta. Una columna del Gobierno mandada por el general Bosch llegó desde León por el puerto de Pajares, olvidado por los insurrectos, pero fue detenida en Campomanes. En Mieres los mineros fabricaron bombas y camiones blindados; también los metalúrgicos de La Felguera, los únicos en enviar refuerzos a Gijón. Desde Grado, Riosa, Villanueva, Traverga, etc., municipios parcialmente agrícolas, llegaban alimentos para Oviedo y otras poblaciones. Las mujeres se incorporaron a la lucha. En Sama los mineros lograron vencer la resistencia de un destacamento de guardias de asalto y su Comité envió gente a Mieres, convertida en el centro de la insurrección. Allí afluían los grupos y salían hacia los diversos frentes, fundamentalmente dos: Campomanes y Oviedo.


El día 7 ya hay varios hospitalillos instalados en la zona minera y en Oviedo para atender a los heridos. Las mujeres organizan cocinas de campaña para dar de comer a los combatientes. Los Comités tratan de impedir los actos de pillaje a la vez que organizan el orden revolucionario. La propiedad y el dinero quedan abolidos; todos los bienes; todos los bienes son declarados comunes. De los Comités emanan Comités de Guerra para reclutar luchadores y distribuir armamento, Comités de Sanidad, Comités de Transporte... Se practican algunas detenciones, se controla el comercio con vales y libretas y se efectúan requisas de vehículos, ropa y escopetas. En algunos lugares los Comités de Abastecimiento organizarán comedores populares y los Comités de Trabajo mantendrán las fábricas y minas en funcionamiento al servicio de la Revolución. En Oviedo el centro de la ciudad resiste a pesar de la dinamita y en Gijón los obreros tratan en vano de armarse y de apoderarse de la ciudad.
La derecha reaccionaria, que se venía preparando de antiguo, había recurrido a los generales africanistas, el grupo de presión militar más corrupto y más retrogrado, pero también el de menos escrúpulos a la hora de reprimir. El general Franco, instalado en el Ministerio de Guerra, ordena el despliegue de tropas en Asturias, embarcando en Marruecos a los batallones de choque a las órdenes de su amigo Yagüe, que se hallaba apartado del mando.
El día 10, Avilés y Gijón caen en poder del Gobierno. En gijón las tropas africanas pasan a los obreros a cuchillo. Ese el primer indicio de que la represión va a ser implacable. Los supervivientes se hacen fuertes en los pueblos de la carretera a Oviedo y dificultan el avance de las tropas. A la cabeza de esa resistencia desesperada está José María Martínez. La escasez de municiones impide que las ametralladoras entren en acción. Se hace frente al enemigo sólo con dinamita. Acaba de llegar por Pajares un regimiento de artillería y sus obuses paralizan las líneas obreras. En Oviedo se combate alrededor de la cárcel, la Catedral y el cuartel de Pelayo.


El día 11 la situación se agrava. A los obreros del frente de Campomanes se les acaban las balas. A duras penas consiguen algunas cajas de Trubia y Oviedo. Una nube de aeroplanos sobrevuela Asturias arrojando bombas, periódicos reaccionarios y metralla. El Comité Provincial de Oviedo llega a la conclusión de que todo está perdido y ordena abandonar la lucha, informando del acuerdo a algunos comités. La desaparición de los Comités no arrastra a la de los combatientes que deciden continuar la lucha solos. Alguno de los desaparecidos reaparece y se forman nuevos Comités. Las posiciones abandonadas se recuperan de nuevo. Muchos ni siquiera se han enterado. Otros prefieren morir con las armas en la mano a huir.
El día 12 aparece el cadáver de José María Martínez con un balazo en el pecho. Bonifacio Martín, viejo dirigente socialista que resistía en Lugones a los gubernamentales, ha sido pasado a la bayoneta. Mueren dos de los principales responsables del Comité Provincial y de la Alianza Obrera asturiana. López Ochoa avanza parapetándose con cadenas de prisioneros obligados a caminar delante de la tropa. Por la tarde, entra en Oviedo. La mayoría de los prisioneros son asesinados en el acto o mandados al cuartel de Pelayo para ser fusilados. En la represión se distinguen los legionarios y los moros, que además de matar y mutilar a los prisioneros, incendia, saquean y violan. No son tropas aguerridas, pero los obreros no les pueden hacer frente desarmados. Los fusiles no sirven sin balas. Los obreros recogen las cápsulas cada vez que disparan para recuperar pero la medida no sirve de mucho. El frente se desplaza al El Berrón donde luchan los de La Felguera; los combatientes de Oviedo instalan su cuartel general en Las Cruces. Un nuevo Comité Provincial o Regional se constituye en Sama y cambia la consigna UHP por la de "PRP" (¿Partido Revolucionario del Proletariado?). Los anarquistas se comprometen a acatar sus decisiones pero rehúsan participar en él. No están de acuerdo con sus manera autoritarias y sus manifiestos sectarios con vivas a la dictadura del proletariado y al ejército rojo, porque son enemigos de cualquier dictadura y de cualquier ejército. Los comunistas aumentan su presencia en los nuevos comités con el fin de desacreditar a los socialistas y aparecer ellos como los verdaderos dirigentes de la insurrección. Una vez hecha la maniobra, no manifiestan gran interés en seguir luchando. Principalmente por eso los nuevos Comités de Sama y Mieres abandonan sus puestos, pero el de Pola de Lena, donde no hay comunistas, no deserta y mantiene el frente en Vega del Ciego. En los lugares donde no hay estados mayores ni ínfulas de ejército proletario, se lucha con más coraje y mayor eficacia.


El día 14 se continúa combatiendo en los alrededores de Oviedo bajo un intenso bombardeo. Cuando los aviones se retiran en busca de más bombas los avances del Tercio son detenidos y los legionarios son obligados a retroceder con relativa facilidad. A pesar de las atrocidades de las tropas los Comités no permiten represalias contra los prisioneros. Los obreros constatan con tristeza que están aislados y sin munición, a merced de fuerzas bien armadas cada vez más numerosas. comprenden que proseguir la lucha es un suicidio. Para el día 15 los frentes están paralizados por falta de cartuchos. Sólo queda dinamita. El día 16 los soldados toman Trubia y la fábrica de La Manjoya, y bombardean Pola de Lena con la artillería. El día 17 el Comité Regional de Sama se reúne con delegados de todos los Comités que quedan y acuerdan detener la lucha y utilizar la mediación de un teniente de la Guardia Civil prisionero. El fortín del monte Naranco, último reducto revolucionario en Oviedo, ha sido conquistado. Su única defensora viva, la joven de 16 años Aída Lafuente, prefiere sucumbir a rendirse. Al día siguiente los revolucionarios acuerdan dejar de hostigar a las tropas, liberar a sus prisioneros y entregar las armas a cambio de que sus vidas se respeten y de que las fuerzas del Tercio y Regulares no entre en la cuenca minera. El día 19 transcurre entre discusiones. Muchos obreros se niegan a rendirse y escapan al monte. Los que se consideran más comprometidos tratan de salvarse escondiéndose o huyendo. La Revolución ha costado mil vidas a los obreros por 300 de sus enemigos.


López Ochoa cumplirá su parte a medias. El periodista liberal Luis de Sirval fue asesinado por un capitán del Tercio descontento con sus reportajes. La información veraz tendrá su mártir. En el frente de Campomaness ocho heridos serán enterrados vivos. Y veintisiete trabajadores presos fueron sacados de sus celdas y torturados hasta la muerte. Sus cadáveres destrozados fueron encontrados en las escombreras de Carbayín. El día 24 llega el comandante de la Guardia Civil Doval, enviado por el Gobierno para dirigir la represión policial. La tortura en las comisarías y en las cárceles se pondrá a la orden del día. Cerca de cuarenta mil obreros irán a presidio en Asturias y en el resto del país. Los locales de las organizaciones obreras fueron clausurados y su prensa prohibida. Hubo varias condenas de muerte y algunas ejecuciones. Los obreros se habían enfrentado con éxito durante dos semanas a un enemigo infinitamente superior en número y en armas, demostrando el valor real del ejército español en manos de generales fascistas. Participaron 50.000 trabajadores en la insurrección, pero aunque dispusieron de 24.000 fusiles, sólo hubo municion para unos cuantos centenares. Enfrente tuvieron al ejército de África y a unos cuantos regimientos, sumando en total 26.000 soldados.


Las consecuencias de la Revolución de Asturias se hicieron notar en los acontecimientos posteriores. La derecha radical-cedista comprendía que para gobernar tendría que apoyarse en el Ejército. A fin de preparar un ejército gendarme a prueba de insurrecciones obreras, los militares más reaccionarios como Fanjul, Goded, Varela, Mola, el antiguo Director General de Seguridad bajo la Monarquía, fueron rehabilitados y ascendidos por Gil Robles, extremista de derechas que en mayo de 1935 llegó al Ministerio de la Guerra. Franco fue nombrado jefe del Alto Estado Mayor. Por su parte las dos facciones socialistas acentuaron su división y se enzarzaron en una lucha de poder. Los dirigentes de la UGT adoptaron un lenguaje maximalista pero puramente retórico. Solo la FTT, el sindicato socialista de los jornaleros, se radicalizó de verdad. La izquierda socialista rechazó la responsabilidad en los hechos de Octubre, brindando la oportunidad al PCE de reivindicar la insurrección como cosa suya y acaparar protagonismo postizo. El centro socialista de Prieto renunció definitivamente a los métodos revolucionarios y trató de repetir la coalición anterior con los republicanos, pero la izquierda socialista de Largo Caballero transformó esa iniciativa en un frente político y social que englobaba a los comunistas, a los pestañistas y al POUM. La invocación de Asturias sirvió esta vez para exhortar al proletariado a votar por el Frente Popular. La CNT no hizo campaña de abstención, como en las otras veces y recibió con los brazos abiertos a los escindidos. La UGT absorbió a los sindicatos que no quisieron volver al seno de la Confederación y a pequeñas centrales comunistas como la CGTU y la FOUS. La CNT proclamó en su congreso de Zaragoza la necesidad perentoria de una alianza con la UGT. Desgraciadamente dicha alianza, inicialmente materializada tras el 19 de Julio en colectivizaciones conjuntas o en comités de control obrero, se intentaría llevar a cabo por pactos entre burocracias amparados por el Estado, con lo que la unidad de la clase obrera se convertiría en un tópico ideológico sin contenido revolucionario y la Revolución Social se perdería de nuevo.


Octubre asturiano UHP es un artículo de Miguel Amorós extraído del libro Desde abajo y desde afuera Editorial Brulot 2007

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